«Mi vida es como una noche eterna…»

Los recuerdos [Erinnerungen], aún cuando se extienden, no siempre exponen una autobiografía [stellen nicht immer eine Autobiographie dar]. Y esto ciertamente no lo es, tampoco para los años berlineses, que son los únicos de los que se habla aquí. Porque la autobiografía está vinculada con el tiempo, con el transcurso y con lo que constituye el flujo continuo [stetigen] de la vida. Pero aquí se habla de un espacio, de momentos y de lo discontinuo [unstetigen]. Porque aunque aquí llegan hacia la superficie meses y años, lo hacen bajo la figura que tienen en el instante [Augenblick] de la rememoración [Eingedenken]. Esta figura extraña –se la llame pasajera o eterna–: no es en ningún caso la materia aquella de la vida. […] La Berlín sobria y ruidosa, la ciudad del trabajo y la metrópolis del tumulto no tiene menos que algunas otras, sino precisamente más que algunas otras, lugares e instantes [Augenblicke] en los que da testimonio de sus muertos, en los que se muestra plena de muertos, y el oscuro sentido de esos instantes, de esos lugares es tal vez, más que cualquier otra cosa, lo que hace difíciles de captar a los recuerdos de la infancia , y al mismo tiempo, los hace tan dolorosos y atractivos como los sueños semiolvidados.

Walter Benjamin.

Muchas veces en las páginas precedentes hemos descripto la situación del buen lector de Kierkegaard como aquella de quién debe de vez en cuando caer en una serie de trampas, cuya secuencia articula el itinerario edificante predispuesto por Kierkegaard puntualmente para sus buenos lectores. El itinerario parece trazado de un modo más bien subterráneo antes que a la luz del sol, de fosa en fosa, a través de galerías que descienden cada vez más profundamente. […] Antes de imponer a los otros aquello que, con una expresión de Thomas Mann, llamamos «experiencia de la fosa»1, Kierkegaard fue consciente de encontrarse él mismo en una «fosa»:

Mi vida es como una noche eterna; cuando al fin muera, podré decir como Aquiles: Has sido consumada, vigilia nocturna de mi existencia.2

[…] la técnica de la didáctica edificante predispuesta por Kierkegaard está signada por una serie de trampas pero no de pruebas. Las trampas, las «fosas», en las que debe caer el buen lector no son precisamente las pruebas. Son más bien las fosas sobre las cuales Kierkegaard mismo ha trazado un entramado de palabras engañosas, que suscita el paso y no que gobierna el paso, que hiere y precipita. Son el resultado de la actividad de Kierkegaard contra la cualidad profana de las palabras y del razonar filosófico, particularmente con respecto a la filosofía hegeliana: cualidad profana que Kierkegaard, en las obras pseudónimas, no rompe con sus manos, sino que perfora involuntariamente al lector que se aventura atraído por el flujo de las palabras y del razonamiento que aparenta ser sólido y persuadido de gobernarse a sí mismo. Toda fosa en la que el lector debe caer no es oscura para que se manifieste la epifanía oscura de la «cosa espantosa», sino para que el hombre habituado a la «luz» profana de las palabras y de la filosofía atraviese la ilusión óptica de creerse «en la oscuridad» cuando aquella «luz» falla, agrietando así el orden profano de palabras y razonamientos. La fosa en realidad no es ni oscura ni clara, sino más bien es una situación que acrecienta las fuerzas para proceder hacia la verdadera luz. ¿Por qué? La respuesta más inmediata y más simple sería: porque, caída la «luz» profana, los ojos del hombre que ha caído en la fosa buscarán dramáticamente otra luz, la verdadera. No es una respuesta del todo errada, pero sin embargo, superficial e imprecisa, elusiva. Y es una respuesta peligrosamente ambigua en la medida en que puede dejarse entender que el hombre, rotas sus convicciones profanas, hundido en el abismo de la desesperación, pueda salir de allí en virtud de una ascesis consistente solamente en devenir consciente de estar desesperado: la fosa es una situación que acrecienta las fuerzas para proceder hacia la luz verdadera, puesto que la fosa –toda fosa– es una «estación» en el itinerario que, así ordenado, hace proceder hacia Cristo por vía imitativa. Caer en la fosa no significa atravesar una prueba a través de la cual quien llega a superarla, a perfeccionarse dolorosamente en ella, a dar dolorosamente la medida de sí, saldrá mejorado y confirmado. Kierkegaard negó siempre, expresamente, de poseer la autoridad para imponer pruebas similares, consciente de que, si hubiese querido imponerlas sin la autoridad consagrada de quien no se juzgaba investido, habría participado del juego de la «cosa espantosa» sirviéndose de sus epifanías como de un horrible y aún así «benéfico» instrumento de aparente cura. Caer en la fosa significa ser fiel a sí mismo, al singular que es cada uno; llevar a cumplimiento tal singularidad «profana» e «histórica» desde el paso en falso impuesto por el ser tal que:

Él se encuentra sólo en el vasto mundo, abandonado a sí mismo; no tiene ningún contemporáneo con el cual pueda vincularse, ningún pasado que pueda desear, puesto que su pasado no ha sido todavía alcanzado, ningún advenir al cual pueda esperar, puesto que su advenir ya ha terminado.3

Antes que desesperarse en las tinieblas hasta superar por exceso, saturación y horror la experiencia de las tinieblas, se trata de habituarse a las tinieblas; sentir en toda fosa singular la persuasión de ser creatura hecha para habituarse a las tinieblas, creatura que delante de Dios «estará siempre equivocada». Y así persuadido, disminuido y enriquecido al mismo tiempo, necesariamente habituado a la tiniebla –¡no superador de la tiniebla!–, el hombre caído involuntariamente en la fosa involuntariamente enriquece sus propias fuerzas: creatura destinada a habituarse a la tiniebla, él, en la fosa, se encuentra en una tiniebla que no es desesperación –a saber, no es la trágica constatación de la inutilidad del tender hacia el más allá– sino progresivo acostumbramiento a la oscuridad. Hábito en este caso significa capacidad de durar: de durar en la batalla. Y capacidad de durar en la batalla significa fuerza. La tiniebla no es por lo tanto esencia –paradojalmente curatriz como un cirujano que hace sufrir y sin embargo cura– de la presencia epifánica de la «cosa espantosa», sino más bien situación que da fuerza por el hecho de ser la situación justa.

Furio Jesi

*

qué distancia interminable atraviesa los ojos

dónde

qué invisible toca lo invisible

qué voz desata la estrella del volcán en tu oído

y el resplandor de la vertiente

y las sílabas que vuelan en su propio viento

si puse en la última escama el paso de la nieve

*

el silencio reconcilió sus palabras con la muerte

*

la guadaña

hiere al recién nacido

la luz

sostiene al moribundo

cómo imaginar lo que siente una gallina cuando ve a la cocinera acercándose con un cuchillo en la mano

Oscar del Barco

1En la tetralogía José y sus hermanos: el «pozo» o la «fosa» son, en tal texto, un simbólico Leitmotiv iniciático (cfr. H. Mayer, Thomas Mann, trad. it., Torino 1955, pp. 163 sgg.)

2Aut-Aut, Diapsalmata.

3Aut-Aut, El más infeliz.