En el contexto de la “crisis del marxismo” Oscar del Barco desde el exilio mexicano señalaba a finales de los 70 que el agotamiento para ese entonces ya visible del modelo soviético como expresión del movimiento marxista tenía en parte su razón de ser en una concepción idealista que el propio Lenin guardaba de la técnica y el desarrollo. Esta concepción no puede entenderse como Idea que desplegada a lo largo de los años posteriores de la URSS que explica el por qué de todo lo sucedido, pero sí como índice de su crisis.
En efecto, para Lenin era sumamente necesario el avance hacia el desarrollo industrial pleno, por eso tenía que ponerse el eje en la enseñanza de la técnica, algo que solo los técnicos y los especialistas pueden hacer. Esto implica una interpretación del marxismo en la cual el pueblo trabajador está desprovisto de todo saber técnico ¿Quién va a otorgarle las herramientas de ese saber? Los especialistas, los técnicos. En otras palabras, los intelectuales. Los que saben.
El problema que esto conlleva es que todo saber técnico está ligado necesariamente a una determinada postura ideológica. Cuando se habló de la necesidad de adoptar la técnica “al servicio de la clase trabajadora”, se terminó así obviando un aspecto de suma peligrosidad: la técnica se presenta como neutra, efectivamente, pero se presenta como neutra en su condición de técnica capitalista. Justamente uno de los mayores triunfos es hacer mostrar a la técnica como neutra, libre de cualquier sesgo ideológico. Sin embargo, esa técnica “neutra” es la misma que da lugar a la división de trabajo capitalista.
Obsesionado en la toma de poder, en la conquista del poder político, Lenin no dimensionó el riesgo que implicaba esta vanagloriación de la técnica: lo que Del Barco señala como la advertencia nietzscheana sobre lo peligroso que resulta el poder cuando se presenta como objetivo y neutro – con las máscaras de lo objetivo y lo neutro–. Creer que basta solo con hacerse del entramado opresivo-técnico del capitalismo y añadirle a este “contenido socialista” no es otra cosa sino invitar al enemigo a tarde o temprano a negar lo que el movimiento revolucionario tiene de revolucionario.
Es así que en la Madre Patria socialista erigida a partir de la revolución rusa se introduce la doctrina más destacada en lo que al desarrollo de la técnica capitalista refiere: el taylorismo. Para desarrollar la industria era necesario el saber tecnocientífico capitalista. Lo brindaron técnicos capitalistas no fueron otros sino los directores de las empresas industriales preexistentes creadas en las décadas finales del imperio ruso; al ser confirmados en sus puestos casi la totalidad de la industria soviética en sus inicios quedó en manos de directores industriales pro-zaristas. Los capitalistas derrotados por la revolución fueron colocados como los técnicos que debían dirigir las fábricas, pues eran quienes sabían cómo dirigir las mismas.
Así, los obreros y campesinos de Rusia en un principio (y posteriormente de la URSS) no sólo fueron desplazados de la toma de decisiones en la fábrica, sino que además debían obedecer totalmente en la enorme mayoría de los casos a sus antiguos patrones. El proceso por el cual la burguesía pro-zarista se fue adueñando de la revolución fue facilitado por el centralismo imperante que se instauró a partir del pleno respaldo del líder revolucionario a la implementación de la técnica taylorista como parte central de la nueva política económica, la cual pretendía el desarrollo de la productividad soviética a su máximo nivel. Para lograr esto, se avalaba por ejemplo que trabajadores sean castigados con la cárcel si el director de la fábrica en cuestión lo consideraba necesario. Todo en pos del desarrollo de las fuerzas productivas soviéticas.
La visión que Lenin tenía de las “bondades” del capitalismo (que según él eran una bendición comparadas con la barbarie campesina), su fascinación por el progreso civilizado y el desarrollo llevan inevitablemente desde la perspectiva de del Barco: a la instauración de un nuevo modelo opresivo en el corazón de la Rusia soviética en el cual la clase trabajadora del extremo oriente europeo es desplazada de la toma de decisiones, al mismo tiempo que es desplazada como eje de la revolución; pasaba de ser la clase revolucionaria a ser meros subordinadxs a la organización científica del trabajo que empezaba a tomar preponderancia para ese entonces, organización que no implicaba otra cosa que la total adopción del taylorismo como forma de organizar el sistema productivo añadiéndole “contenido socialista”.
Lo que no supo dimensionar Lenin es que la forma es inescindible del contenido. En otras palabras: que darle “contenido socialista” a la técnica tayloriana no llevaba de por sí al reino de la libertad del que Marx hablaba, sino a una burocratización cada vez mayor. Burocratización que supondría todo lo opresivo que habría en la nueva sociedad a la que se daba inicio.
“Basándose en estas premisas Lenin vituperó sarcásticamente a quienes no compartían sus ideas: cuando aquí se habla de que podemos llegar al socialismo sin aprender de la burguesía, sé que esa es la psicología propia de un habitante de África Central.” (ídem, pag. 66) Comentemos dos cosas: primero, que no se trataba sólo de aprender como veremos más adelante al analizar las consecuencias de este aparentemente ingenuo aprendizaje sostenido por Lenin; segundo, que su referencia a los negros del África muestra un etnocentrismo propio de la época (claro está que debajo de este lenguaje se halla la matriz teórica propia del “marxismo” cientificista de Lenin).”1
La adopción de la técnica taylorista sin matices coincide con la concepción cientificista del marxismo que propugna Lenin y que Del Barco señala: los intelectuales burgueses, los portadores de un conocimiento (de una ciencia) son los encargados de iluminar, de educar, de conducir a la masa de trabajadores que carece de una conciencia formada que pueda acceder por sí a este conocimiento. El partido implica Saber-partido en tanto el conjunto de sus científicos como portadores de un Saber que solo ellos pueden transmitirle a la clase trabajadora: es decir, descendiendo la teoría sobre quienes la ignoran e iluminando a estos últimos es que puede haber un movimiento revolucionario. Esto es lo que del Barco señala como el enfoque teorético en el marxismo, o bien el culto al teoricismo: la teoría como aquello que engendra al movimiento revolucionario por gracia de la iluminación racional no proviene del trabajador ni del campesino, sino de un intelectual burgués culto que conoce y sabe cómo hacer transmitir su conocimiento. Este conocimiento desciende unilateralmente a partir de la organización científica que el conjunto de intelectuales ha dispuesto: el partido.
Este perspectiva teoricista no es otra cosa sino la expresión de una postura que implica a la Razón como fundamento arkhico. Darle este lugar primordial a la Razón desemboca en la adopción de la técnica como elemento clave de un momento privilegiado del desarrollo material de la revolución. Creer que bajo la vigilia del comisariado del pueblo y de los órganos del partido que “representan a la clase trabajadora” se evitaba reintroducir de lleno el capitalismo al dejarse a pro-zaristas como “técnicos directores de las fábricas” bajo un modelo de producción taylorista, es justamente no comprender por qué mucho de los acontecimientos ocurridos durante el periodo stalino son inescindibles de estas ideas de Lenin.
En palabras de Oscar del Barco, Lenin:
veía a Trotsky proponiendo la militarización de la clase obrera, argumentando que la militarización del trabajo es el método básico indispensable para la organización de las fuerzas laborales, ya que de esta manera los obreros podrían desplazarse y dirigirse como si fueran soldados y los desertores del trabajo ser incorporados a batallones disciplinarios y enviados a campos de concentración (¡bravo Trotsky!); veía a Ordzhonikidze “abofetear” a viejos dirigentes del Partido y a Stalin que se atrevía a insultar a Krúpskaya y sólo atinaba a proponer nuevas medidas burócraticas, como fue la llamada “inspección obrera y campesina”, a cuyo frente puso nada menos que a Stalin… Sin embargo tanto Lenin como Bujarin presintieron la posiblidad de que la revolución se transformara en un nuevo modo de explotación y en una nueva sociedad de clases2
Ese olfato que tenía Lenin respecto al futuro de la revolución (olfato que tuvo a lo largo de los últimos meses de su vida) tiene un aspecto trágico al percatarse de que ese futuro estaba sellado en gran parte por su fe ciega en la Razón, en la técnica y el progreso: la misma técnica industrial que posibilitaría que miles de judíos, gitanos, comunistas, homosexuales enemigos del Tercer Reich murieran en las cámaras de gas de los campos de exterminio día a día; la misma técnica que permitió llevar a cabo la solución final. Técnica asociada a un criterio productivista sin cuyo imperio no se explica como ya hemos visto la implantación de campos de concentración en la URSS. El reinado indiscutible de la efectividad y la técnica que de modo especista subordina y extermina todo lo inhumano, monstruoso, animal a lo considerado de un modo sumamente limitado humano y racional explica el destino posterior de la URSS. Ese reinado y la tarea realizada por la burguesía pro-zarista que tomó control de las fábricas, cuyos dirigentes exiliados en distintas partes de Europa instaban a sus partidarios a sumarse a los órganos del partido bolchevique. Esto desembocó en la formación de una nueva clase al interior del partido (nueva clase extraña al socialismo, como denunció Lenin al final de su vida percatándose del rumbo que había tomado la revolución). Stalin no era más que el producto del nacimiento de esa nueva clase que pregonaba por la organización científica de la vida social: esto implicaba el taylorismo atravesando todos los aspectos de la vida cotidiana.
En esta época en que la ciencia juega un rol tan preponderante sería interesante preguntarnos si acaso las gotas de sangre que emanan del puñal que acabó con la vida del Dios cristiano (tal como Nietzsche relató en La ciencia jovial) pueden dar lugar a sombras con efectos más útiles para la vida que la fe ciega en la técnica. En ese sentido, no podemos dejar de señalar el efecto que ha producido semejante postura en distintos momentos de la historia pasada de la humanidad. El marxismo según Oscar del Barco implica que la clase trabajadora piensa a través de sus intelectuales y no a partir de ellos: la concepción cientificista del marxismo implica necesariamente una perspectiva burguesa del mismo. Y en gran parte uno de los mayores triunfos del capitalismo ha sido limitar al marxismo a una discusión de especialistas en el cerebro de la hormiga: a reducirlo a una cuestión “científica”.3
Nos encontramos en medio de la crisis más grave de la comunidad de vivientes, mortales y espectros, que ha extinguido a incontables especies, multiplicado las enfermedades zoonóticas a causa del modo sangriento y totalizante de producción, y amenaza con la extinción de la misma especie humana. Resulta urgente dar con una forma-de-vida que la interrumpa. Una nueva ecología, que trace zonas de no saber siguiendo a Furio Jesi, es una práctica esotérica no teleologizable, y a la vez, la vía de salida y la interrupción del terror en curso.
Redención